martes, 28 de octubre de 2008

Errar es de humanos

La calidad de las nuevas ideas, los nuevos proyectos, no podría entenderse si no se manifiestan recíprocamente en nuevas prácticas. Principio que hemos buscado desarrollar los rodriguistas, sabiendo que ello no es un proceso fácil ni automático. Basta revisar las bases de nuestros nuevos planes para percibir la gran responsabilidad que nos hemos echado encima, el esfuerzo que representará para nosotros las readecuaciones, el perfeccionamiento, las rectificaciones, o como se quiera denominar a ese quehacer interno y de fuera de la organización referido al accionar transformador, a esa actividad efectiva y eficiente, a la lucha revolucionaria.

Como un aporte a esa búsqueda, es que hemos querido insertar en nuestra revista un ciclo de artículos dirigidos a la entrega de herramientas de reflexión sobre métodos, conductas, actitudes, y otros, que seguramente serán de gran ayuda al trabajo de construcción, pero por sobre todo, al forjamiento de una militancia cada vez más integral en el sentido amplio del término; es decir, crítica y autocrítica, conciente, solidaria, esforzada, etc. Porque en la medida que se crece individual y colectivamente en esta dirección, será posible también que nuestro proyecto político en la práctica cale en la realidad social y popular para convertirse en fuerza verdadera.

Como guía para desarrollar estos temas nos hemos basado en el libro “Cacería de Errores”, de la Editorial de Ciencias Sociales de La Habana (1990), y otros materiales, que esperamos sirvan para el trabajo del día a día.

Naturaleza del error
Por el contrario de lo que nos enseñaron y creemos, el error es de naturaleza positiva en igual proporción que de naturaleza negativa. Errar es una forma de la acción y demuestra siempre un paso en el mundo de la iniciativa (en lo estático yace siempre un vacío terrible donde notamos la ausencia del tanteo, las decisiones, lo acertado y lo errático).

Nuestros abuelos nos enseñaron –con la fuerza que siempre está presente en la cultura oral nacida de la experiencia- que “equivocarse es propio de humanos”, “solamente los dioses no se equivocan”. Ellos anteponían a estas frases “demoledoras” otra en sentido positivo que nos parece útil reproducir: “Rectificar es de sabios”.

La historia del hombre –que a la vez es la historia de los dioses- demuestra que en todas las culturas originales sus deidades siempre han sido propensas a errar. En la mitología indoamericana Chichenitza, Quetzalcóalt, y otras muchas, tomaban decisiones equivocadas con sorprendente frecuencia. En la mitología romana y griega más aún. Y esto se repite en todo el universo de creencias inventadas por el ser humano, ese infeliz equivocado permanentemente.

Por lo tanto, con el debido respeto y ofreciendo excusas a nuestros abuelos, podemos afirmar que el error es parte inseparable en la disyuntiva eterna e intrínseca de la acción. ¡Ay del pobre que no yerra, desconoce el placer de la acción!

Errar, equivocarse, pifiar es una parte del proceso de tomar decisiones y exhibe un grupo de características propias:

La Maduración
Vista en términos temporales la maduración escapa a cualquier plan inflexible y ha de ser siempre una característica imprevisible. La maduración es un rango y pertenece al grupo de las tendencias. Con ella uno nunca puede decir “es un cuadro maduro porque tiene 40 años”. Uno está obligado a decir “la mayoría de la gente, cuando llega a los 40 años, tiende a madurar”.

Cuántas veces nos hemos visto expuestos a elegir a una persona para una responsabilidad donde el tema de la madurez o la maduración está presente. Para ello, lo mejor antes de hacer una apreciación en el aire, es evaluar con algunos indicadores que nos permitan tomar una decisión objetiva:

# Si el evaluado posee conocimientos básicos de la actividad.
# Si es o será estable en dicha labor.
# Si es respetado por el grupo de acción.
# Si mantiene una actitud social o política buena.

La edad, ese índice fortuito, ha de tenerse en cuenta, pero no debe inclinar el fiel de la balanza con prejuicios. La historia recoge cientos de casos, miles de casos, de hombres y mujeres que han madurado en 24, en 48, en 72 horas, obligados por las circunstancias en que se han visto inmersos. La lucha, el trabajo, la prueba constante, son el mejor mecanismo de maduración del ser humano.

¡Nadie puede saber lo que es capaz de dar una persona hasta que lo prueba!

La Urgencia
La lucha contra el tiempo es la más feroz, la más despiadada de las luchas que debe enfrentar el responsable de una labor. Sobre todo cuando el resultado es para ayer y la urgencia o prioridad tiene forma de avalancha. Donde podríamos deducir que: se deja de trabajar con y para el plan; la operatividad se convierte en ley; la improvisación sustituye al análisis; la intuición se hace un arma peligrosa; perecen la proyección y el sentido perspectivo.

La urgencia es una realidad inevitable y necesaria, pero no puede ser una costumbre, un método de trabajo.

De las características del error esta es la más común y también el escape más socorrido; aunque todas las cosas tienen su solución, por eso aquí entregamos algunas:

# a. Intentar confeccionar un registro permanente de las urgencias que se tienen. Con sorpresa verán que muchas de ellas están relacionadas entre sí, se repiten o no son todas aún trascendentales; incluso que bastaba enfrentar solo algunas para ordenarse en el problema.

# b. Seguro ya de cuales son unas y cuales son otras, aislar las respectivas, las cíclicas, las similares y confeccionar un plan alternativo para urgencias.

# c. Recuerden también que en el desarrollo de un plan se presentan “urgencias no planificadas”. Por ello siempre hay que considerar dentro de un plan los imprevistos o urgencias posibles.

# d. Usar la palabra urgente solamente cuando sea estrictamente necesario, y preocuparse que todos los que con nosotros trabajan comprendan bien esta característica.

La Ignorancia
La cantidad de información que se tiene a la hora de tomar una decisión influye poderosamente en el nivel de aciertos o errores que acumulamos en nuestro récord personal.

La calidad de esta información también es de primera importancia y por este camino podemos llegar a algunas consideraciones subyugantes.

A nuestro entender existen dos grupos de ignorancias muy bien definidas: ignorancia específica e ignorancia generalizada. Ambos grupos son partes inseparables y presentes en cualquier forma de error.

La ignorancia generalizada obstruye diferentes niveles de relacionar las cosas o los hechos. Un compañero que desconoce completamente una actividad específica, casi siempre desconoce también las cadenas que interconectan esa actividad con las restantes.

Para algunas actividades simples la necesidad de conocimiento y el volumen de información no son un rango amplio. Pero entonces, se hace imprescindible que la persona domine mucho más lo específico.

En el proceso de tomar decisiones, y, más aún, en el doloroso procedimiento que conlleva el acierto y el error, toda forma de ignorancia exigirá de nosotros un esfuerzo enorme.

No incluimos aquí la ignorancia calculada, o como dirían por ahí, “hacerse el sueco”, porque esta categoría pertenece, por lo general, a quienes se equivocan poco. Nos obstante, quisiéramos hacer una advertencia a los “maestros” simuladores que practican acopiar información a través de esta forma. Pues sucede que a veces, la ignorancia calculada provoca en el círculo que responde a nuestra responsabilidad, el que no logren descifrar con nitidez las posibilidades reales de nuestro rol conductor, incitando a la pifia injustamente.

En buena lid, la ignorancia calculada no debe ser un arma permanente de trabajo. Solo al usarla como recurso especial puede, a nuestro juicio, ser una forma útil y un medio necesario.

La Incapacidad
Esta característica del error ha sido también –como su continente el error- injustamente vapuleada por todos.

Cualquier militante –cualquiera persona de manera general- considera una ofensa terrible que le digan: ¡Eres un incapaz! Y sin embargo, no hay nada más lógico que esto a la hora de calificar las posibilidades o limitantes de una persona frente a la solución o manejo de un asunto cualquiera.

Nosotros podemos tener o no capacidad suficiente para resolver un problema, o los múltiples problemas que conforman una tarea (la política es en gran parte la solución de problemas). Pero no necesariamente ser culpables de ello. Uno no siempre es culpable por tener una capacidad insuficiente, ni culpable por tener una suficiente capacidad (en realidad el enredo se formó mucho antes que nosotros entráramos en escena).

Por lo general, todo comienza cuando un día cualquiera y sin decirle nada a uno, un grupo de personas presuntamente con las ideas más claras o por el rol que cumplen, analizan la posibilidad de asignarnos tal o cual tarea.

Justo en el momento de la selección comienza a incubarse el error, los errores, el acierto o los desaciertos del cuadro responsabilizado.

Una persona puede, perfectamente, tener una enorme capacidad para enfrentar una problemática A y carecer, totalmente, de capacidad para enfrentar una problemática B. Muchas veces posee un grupo de atributos, pero le falta madurez. Otras, carece de la experiencia necesaria para enfrentar con acierto la urgencia de un proceso diario. Y, en muchas ocasiones, no posee el conocimiento mínimo indispensable y se le va de las manos la tarea que se le asignó.

Tan relativo es este aspecto, tan personal y tan delicado, que muchos lo saben y lo han vivido, y forma parte de la experiencia de casi todos, pero nadie se lo aplica a sí mismo.

Por eso, y a manera de reflexión, nos aventuramos a afirmar que la voluntad, la capacidad de trabajo, la capacidad intelectual, forman parte de la condición humana, ayudan a transformar la realidad y son, para el hombre y la mujer que tienen que realizar una tarea, solo consecuencia de una de las virtudes más importantes y necesarias en la vida y la política

viernes, 17 de octubre de 2008

Homenaje a Rodrigo y Tamara


El mejor homenaje a nuestros combatientes caidos es continuar la lucha por la cual ellos y ellas dieron su vida...

El 28 de octubre de este año, se cumplen 20 años de la muerte de Raúl Pellegrín Friedmann (Comandante José Miguel o Rodrigo) y de Cecilia Magni Camino (Comandante Tamara), dirigentes de la Dirección Nacional del Frente Patriótico Manuel Rodríguez (FPMR). Sus cuerpos aparecieron el 31 de octubre de 1988 en el Río Tinguiririca, ubicado en la zona central del país (VI Región). La versión oficial fue que habían perecido ahogados. Sin embargo, varios hechos desmienten esta afirmación desde el comienzo, demostrando que fueron hechos prisioneros, torturados, asesinados y lanzados al río. Los días previos, fuerzas especiales de Carabineros habían desarrollado un operativo terrestre y aéreo. Más de 200 efectivos “peinaron” la zona. Buscaban el destacamento guerrillero del Frente, que días antes había atacado el retén de Los Queñes. Un carabinero murió en el enfrentamiento. El ataque, comandado por José Miguel y Tamara, era parte de una ofensiva que incluyó la irrupción guerrillera en cuatro poblados. Era la respuesta de los rodriguistas al triunfo del “No” en el plebiscito del 5 de octubre (comienzo de la “transición a la democracia”). El FPMR quería expresar así, su rechazo al continuismo del sistema, pues tras la falsa plebiscitaria se escondía una salida pactada entre el imperialismo norteamericano, la derecha y los partidos de centro izquierda, que terminaba con el régimen militar sacando a Pinochet, pero legitimando su constitución y modelo económico neoliberal, cuestión que se verificaría con los años (la Concertación lleva tres períodos administrando dicho modelo).

Quiénes eran estos reconocidos luchadores chilenos e internacionalistas, que tuvieron la capacidad de constituir una fuerza de resistencia que los llevó a convertirse en enemigos número uno del régimen pinochetista, y a la inversa, símbolos de consecuencia y combatividad que hasta hoy influye, a pesar de su desaparición física, en la lucha del pueblo chileno, en especial en el actual proceso del FPMR.