jueves, 9 de septiembre de 2010

El escenario al que nos enfrentamos

El escenario global en que se desenvuelven nuestros actuales esfuerzos ya sea internos (Segundo Congreso) o de construcción político social, es cada vez más contradictorio y expectante; estos últimos meses contemplan sucesos que no hacen más que ratificar la inestabilidad de la dominación imperialista, afectada por la crisis económica y la resistencia tenaz de los pueblos en diversas latitudes a la dominación y la depredación de los recursos naturales.

Internacionalmente, a pesar de la campaña mediática para imponer la idea de mejoría económica y el fin de la recesión mundial, la tendencia es otra. Los salvatajes financieros globales del último año frenaron la caída económica pero como han dicho varios analistas, al precio de enormes déficit fiscales en las potencias centrales que las colocan ante graves amenazas inflacionarias y de debilitamiento extremo en la capacidad de pago de sus Estados, cuya generosidad hacia las grandes empresas y las instituciones financieras no consiguió generar el despegue de la inversión y el consumo que anunciaban sus dirigentes.

No se trata solo de las implicancias de una crisis económica, sino también energética y alimenticia, ambiental, social y cultural, que en cualquier momento vuelve a golpear con fuerza a un sistema imperial ya frágil, como lo revela la lenta decadencia del complejo militar-industrial de los Estados Unidos, el que arrastra también a la OTAN; empantanados en las guerras de Irak y Afganistán, la tenaz resistencia de esos pueblos es además una parte inseparable de la crisis de fondo.

Como respuesta a esta inestabilidad, la medida más sintomática del gobierno yanqui fue aumentar enormemente el presupuesto y personal militar en todas las esferas. La estrategia de Obama es reafirmar el “liderazgo” estadounidense en Medio Oriente, el aumento de presencia y operaciones militares en Afganistán, y la desestabilización de regímenes a través una profunda intervención por medio de terceros, como ocurrió en Honduras e intentó hacer en Irán (lo mismo su política en bases militares en Colombia).

Esta estrategia sin embargo, ha tenido un efecto inverso. En Afganistán, la gran cantidad de tropas y la ofensiva masiva contra los Talibanes no ha dado lugar a grandes victorias militares, ni siquiera a enfrentamientos importantes ya que la resistencia se ha replegado, fundida con la población local, y lo más probable es la continuación de una guerra de desgaste prolongada, desangrando la economía de Estados Unidos, aumentando sus bajas sin resolver nada y poniendo en contra a la opinión pública estadounidense, que está actualmente afectada por el desempleo y la caída de su calidad de vida.

En este momento el imperio en decadencia juega cartas mucho más peligrosas que antes, con la posibilidad de un ataque “preventivo” de Estados Unidos, Israel y la OTAN contra Irán, con el pretexto del programa nuclear de dicho país, al fracasar los intentos de derrocar al gobierno fomentando la disidencia interna de la “sociedad civil”. El centro de todo esto es que la guerra y la crisis económica están íntimamente relacionadas. La economía de guerra es financia por Wall Street, que se alza como acreedor del gobierno yanqui; los productores de armas de EE.UU. son los destinatarios de miles de millones de dólares por los contratos de producción y compra de armamentos.

Además, esta pugna obedece a los intereses de las grandes transnacionales por el petróleo en Medio Oriente y Asia Central. Los EE.UU. y sus aliados están tocando la música de la guerra en el mismo volumen de la crisis económica mundial, por no mencionar la peor amenaza ambiental de la historia. Como ha advertido Fidel, la suerte de la humanidad esta en la balanza, y la lucha de los pueblos, de las clases sometidas en todo el globo es la que decidirá el curso de la historia, como siempre ha ocurrido.

Chile en una América en movimiento

Al igual que en Medio Oriente y Asia, nuestro continente también es un tablero donde la estrategia imperial busca contener toda amenaza a su dominio político y económico. Para esto recurre tanto a movimientos de fuerza o de amenaza de su uso, como el golpe de estado en Honduras y las periódicas acciones de provocación del régimen colombiano (el Israel de Sud América) contra Ecuador o Venezuela con el pretexto de la presencia guerrillera, o bien intentos de desestabilización de gobiernos de carácter revolucionario, progresista y populares por la vía de estimular, financiar y cobijar a grupos contrarrevolucionarios o fomentando la “disidencia” de la “sociedad civil”, es decir la clase alta y la derecha fascista organizada y movilizándose, como ha ocurrido en Cuba, Venezuela y Bolivia, o bien la estrecha amistad con gobiernos antipopulares como el de Perú y Chile.

En el caso de nuestro país, en estos primeros meses de gobierno de Piñera hemos visto cómo la Concertación y la Derecha siguen en las escaramuzas para mostrar quien conduce mejor este modelo, para ellos se trata de eficiencia en la gestión más que un problema estructural del mismo, que es lo que en realidad demostraron los resultados de la encuesta Casen: en 2009, el 10% más rico de Chile recibe ingresos 46,2 veces superiores al 10% más pobre mientras que en 2006 eran 31,3 veces superiores. Por otro lado la pobreza ha aumentado, de un 13,7 % a un 15,1%, entre el 2006 y el 2009, cifra que igual es engañosa pues considera “pobres” a quienes reciben ingresos inferiores a $64.134.

Está quedando en evidencia que el “Chile del Bicentenario” es más injusto y más pobre, y tanto la derecha como la Concertación han contribuido durante las últimas décadas a que esto sea así, y la cristalización más dolorosa de esta situación es lo ocurrido en la mina San José en la región de Atacama, que puso otra vez al descubierto que para los empresarios y para las autoridades es más importante la rentabilidad del negocio que la seguridad y dignidad de los obreros.

Resistir al circo y el garrote

Este gobierno derechista, a pesar de su inicial discurso sobre consensos y unidad nacional, seguirá enfrentado diversos focos de conflicto social que no son solo herencias de una mala gestión anterior, sino lisa y llanamente parte esencial de la aplicación del “neoliberalismo” en el país, y que ni el populismo o la propaganda fantoche para mantenerse arriba en las encuestas podrán esconder fácilmente. El rostro autoritario de Piñera, Hinzpeter y compañía quedarán develados cada día con mayor rigor, como quedó expresado en la represión brutal (en esto son continuadores de la Concertación) a las comunidades y organizaciones del pueblo mapuche que luchan por territorio y autonomía, o la detención de 14 compañeros miembros de organizaciones y colectivos libertarios a los que se les aplicó la dictatorial ley antiterrorista a raíz del llamado “caso bombas”, aparte de la represión a los estudiantes que volvieron a retomar la lucha contra la educación de mercado, mientras el piñerismo hacía gala de “salvador de los mineros” atrapados en el norte.

Así como el gobierno prepara y utiliza sus aparatos represivos y sus organismos de seguridad e inteligencia para evitar un aumento de la conflictividad social, las organizaciones sociales y políticas del pueblo chileno y mapuche tendrán que prepararse con cada vez más audacia para resistir y combatir, por lo que las tareas de autodefensa y preservación de nuestros compañeros y compañeras, nuestras estructuras, etc, seguirá siendo parte importante de la construcción política de este período, donde no sólo hay que enfrentar la represión directa sino también las diversas tácticas que utiliza la clase dominante para debilitar, subordinar y eventualmente dispersar a las organizaciones populares, como la cooptación por vía financiera, el premio al soplonaje y la delación, la estimulación de la divisiones internas (los llamados “quiebres”), etc.

Los actuales conflictos globales: el negocio de la guerra, la disputa de los recursos energéticos, las contradicciones de clase, la violencia de las grandes potencias y sus ejércitos represores, la lucha de pueblos originarios, la depredación del planeta, nos muestran indiscutiblemente que la historia del mundo está motorizada por resistencias y conflictos violentos. Por ello la estrategia de resistencia hoy a diferencia del pasado, debe contemplar el desarrollo de una fuerza material diversa y flexible, de masas, de múltiples expresiones y esfuerzos de lucha contra la institucionalidad, alejados de la politiquería, la grandilocuencia, la disputa de poca monta.

Lo más importante es que existen condiciones, y la necesidad histórica de potenciar nuestro proyecto político, y que sea junto a otros una referencia para luchar de verdad. Existe una legitimidad y un camino construido en la lucha popular, y eso sin duda es un acumulado que da viabilidad y potencialidades enormes.

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